
« In class we're a minority, got no respect for authority and won't play well with others. »
« Al terminar, nos quedamos cada uno en nuestro rincón y no nos atrevemos a levantar la mirada hacia los demás. No hay dónde mirarse, pero tenemos delante nuestra imagen, reflejada en cien rostros lívidos, en cien peleles miserables y sórdidos. Entonces, por primera vez nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa, la destrucción de un hombre. En un instante, con intuición casi profética, se nos ha revelado la realidad: hemos llegado al fondo. Más bajo no puede llegarse: una condición humana más miserable no existe, y no puede imaginarse. No tenemos nada nuestro: nos han quitado la ropa, los zapatos, hasta los cabellos; si hablamos no nos escucharán, y si nos escuchasen no nos entenderían . Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca.
Sabemos que es difícil que alguien pueda entenderlo, y está bien que sea así. Pero pensad cuánto valor, cuánto significado se encierra aún en las más pequeñas de nuestras costumbres cotidianas, en los cien objetos nuestros que el más humilde mendigo posee: un pañuelo, una carta vieja, la foto de una persona querida. Estas cosas son parte de nosotros, casi como miembros de nuestro cuerpo, y es impensable que nos veamos privados de ellas, en nuestro mundo, sin que inmediatamente encontremos otras que las sustituyan, otros objetos que son nuestros porque custodian y suscitan nuestros recuerdos.
Imaginaos ahora a un hombre a quien, además de a sus personas amadas, se le quiten la casa, las costumbres, la ropa, todo; literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien lo ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo; hasta tal punto que se podrá decidir sin remordimiento su vida o su muerte prescindiendo de cualquier sentimiento de afinidad humana; en el caso más afortunado, apoyándose meramente en la valoración de su utilidad. Comprendéis ahora el doble significado del término "Campo de aniquilación", y veréis claramente lo que queremos decir con esta frase: yacer en el fondo. »















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El texto que da comienzo a esta entrada es un fragmento de las primeras páginas de "Si esto es un hombre", escrito por Primo Levi, un escritor judío que fue reclutado por los nazis y enviado a Auschwitz, donde permaneció durante diez meses. Ahora que las vacaciones de Navidad me ofrecen un respiro de los estudios, aprovecho para dedicar tiempo a aquellos libros que me apetece leer por iniciativa propia y no los que debo leer para que la preciosa Selectividad no me dé por culo. Llevo apenas cuarenta páginas pero ser testigo en primera persona de lo que supusieron los campos de concentración para millones de judíos me deja la sangre fría e incluso hasta lágrimas en los ojos, especialmente el fragmento que os enseño y que sentí que necesitaba compartir con vosotros para que, si queréis, os animéis a leer también esta magnífica obra. Os la recomiendo totalmente.
Ahora bien, centrándonos en las fotos cabe mencionar dos cosas. En primer lugar mi nuevo complemento inseparable, complemento que llevaba deseando desde hacía varios años pero que por un motivo o por otro no me atreví a hacerme, y sí, hablo del septum (también conocido por madres y abuelas como el piercing de vaca) que a partir de ahora cobrará protagonismo en cada una de mis entradas. En segundo lugar, mencionar la sudadera tras la que llevaba meses y meses, buscándola como una loca por ochocientas mil páginas hasta que la encontré en OASAP y sentí como me desvanecía en la silla. No es precisamente una sudadera que abrigue pero como yo soy muy dada a parecer una cebolla y llevar mil capas, es perfecta, se diga lo que se diga, y desde que me compré camisetas térmicas en Decathlon aún más, que fueron las principales heroínas que impidieron que muriese de hipotermia durante la excursión a Madrid y Salamanca que hice la semana pasada, de la cual traeré alguna que otra foto pronto. Así que ya sabéis, un invierno sin camisetas térmicas no es un invierno, es un suplicio (y aún más en Galicia).